Nuevos aportes para comprender la formación social de lo humano desde las víctimas
Moreno, M., & Díaz, M. (2015).
Posturas en la atención psicosocial a víctimas del conflicto armado en
Colombia. AGO.USB, 193-213.
Franco, A. (2016). Fronteras simbólicas
entre expertos y víctimas de la guerra en Colombia. Rev. Antropol. Arqueol.,
35-53.
Fronteras simbólicas entre expertos y
víctimas de la guerra en Colombia:
·
“Hasta agosto de 2015
se registraron en Colombia 7.265.159 personas afectadas por hechos
victimizantes ocasionados en el marco del conflicto armado interno. Éstos
incluyen abandono o despojo forzado de tierras, actos terroristas, atentados,
combates, hostigamientos, delitos contra la libertad y la integridad sexual,
desaparición forzada, desplazamiento, homicidio, secuestro, tortura,
vinculación de niños, niñas y adolescentes al conflicto y daños por minas
antipersonal, munición sin explotar y artefactos explosivos improvisados”
(Franco, 2016, p. 37).
·
Promulgación de la Ley
1448 de 2011, Ley de víctimas y de restitución de tierras, marco jurídico de
atención, asistencia y reparación de víctimas del conflicto armado. “Artículo 2
busca reivindicar la dignidad humana y asumir la ciudadanía plena de las
víctimas.” Artículo 135: “el conjunto de estrategias, planes, programas y
acciones de carácter jurídico, médico, psicológico y social, dirigidos al
restablecimiento de las condiciones físicas y psicosociales de las víctimas”
(Franco, 2016, p. 37).
·
“Enfoque diferencial”,
es decir, el reconocimiento de las características particulares de las
poblaciones “en razón de su edad, género, orientación sexual, especificidades étnicas
y culturales y situación de discapacidad” (Franco, 2016, p. 38).
·
“A partir de la
pregunta por las formas socioculturalmente diferenciadas del sufrimiento social
y de la reconstrucción de la cotidianidad, en este estudio se exploraron
narrativas locales y translocales que permitieron entender la articulación
entre dinámicas de poder expresadas en el territorio local y dinámicas
políticas y culturales de mayor envergadura (Sahlins 1981, en Ortner 2006). A
partir de esta estrategia metodológica, las voces de víctimas y funcionarios
públicos locales y del Estado central convergieron durante los trabajos de
campo que se adelantaron entre 2012 y 2014, en el casco urbano y algunos
resguardos indígenas del municipio de Tumaco (Nariño); en la ciudad de Bogotá,
D.C. y en la ciudad de Pasto (Nariño)” (Franco, 2016, p. 38)
·
“Evidenció que las
experiencias de sufrimiento de las víctimas estaban atravesadas por la acción
de profesionales y actores burocráticos que, en varios de los casos, parecían
neutralizar las prácticas de las personas, ya fuera en el marco de esperas
interminables que dejaban en la incertidumbre “las indemnizaciones” o “el
registro en el sistema”, de desencuentros semánticos entre víctimas y
profesionales que imposibilitaban la realización de un trámite para acceder a
unos derechos, o de la implementación de intervenciones que no se correspondían
con las necesidades vividas localmente y que, por el contrario, acarreaban
efectos adversos” (Franco, 2016, pp. 38-39).
·
“La antropóloga
brasilera Alcida Rita Ramos denomina a esto desencuentros semánticos: “un
aspecto de las relaciones intensamente desiguales del campo interétnico que le
dan forma a la comunicación imperfecta” (Ramos 2014, 8). De acuerdo con la
autora, quien cita a la antropóloga japonesa Emiko Ohnuki-Tierney, el
desencuentro semántico corresponde a “la falta de comunicación cuando no se comparte
el mismo significado […] que puede ocurrir cuando los implicados no se dan
cuenta de la falta de comunicación entre sí” (Ohnuki-Tierney 2002, 3, en Ramos
2014, 7)” (Franco, 2016, p. 42).
·
“Dos fracturas
recorren el rol profesional de este experto. La primera se vincula con la
ausencia de “diálogo” entre las medidas estatales y “las necesidades reales de las
personas”; y la segunda, con la carencia de un “objetivo común” y de
coordinación entre las entidades del Estado” (Franco, 2016, p. 44).
·
“El antropólogo
[Herzfeld] define la indiferencia como “un rechazo a aquellos que son
diferentes, una práctica selectiva instituida arbitrariamente, una negligencia
benigna que produce una excusa moral para la inacción” (Herzfeld 1992, 33): la
“chambonada” burocrática” (Franco, 2016, p. 46).
·
“Cómo las fronteras
epistémicas y sensibles se vinculan con una racionalidad no hábil para concebir
formas particulares de ser persona, familia, niño, adulto, hombre o
mujer, ni para formular e implementar acciones públicas lo suficientemente
sensibles frente a la alteridad. Esto ocurre no sólo porque se da por sentada
una identidad compartida, sino porque se asume la legitimidad de unas formas de
existencia sobre otras” (Franco, 2016, pp. 46-47).
Posturas en la atención psicosocial a
víctimas del conflicto armado en Colombia:
·
“Los efectos de la exposición a los hechos
de violencia son tan variables como los sujetos que se han visto sometidos a
dichas situaciones” (Moreno y Díaz, 2015, p. 194).
·
“Todas las víctimas tienen el mismo
derecho a ser reparadas por haber
sido sometidas a tales actos de violencia, por lo tanto, desde la perspectiva oficial la política para la atención a
víctimas se caracteriza por estar formulada bajo
el precepto del para todos, lo que significa para todos por igual. La
más reciente norma dirigida a mitigar
los impactos de la violencia en Colombia es la ley 1448 de 2011” (Moreno y
Díaz, 2015, p. 194).
·
“La ley de víctimas se refiere a la
atención como “la acción de dar información, orientación y acompañamiento jurídico
y psicosocial a la víctima, con miras a facilitar el acceso y cualificar el
ejercicio de los derechos a la verdad, justicia y reparación” (Colombia, 2012,
p.36 citado por Moreno y Díaz, 2015, p. 195).
·
“El enfoque (psicosocial) está orientado
al restablecimiento de los derechos vulnerados y la reivindicación de la
dignidad de los sujetos afectados por los hechos de victimización” (Moreno y
Díaz, 2015, p. 195).
·
“Considerar a las víctimas como sujetos
que no solamente están sufriendo, sino que cuentan con recursos para afrontar
su situación actual de vida, lo que implica también reconocer que los hechos de
victimización no son el referente estructural que define su situación actual,
sino que tienen el valor de variables en una cadena de acontecimientos
históricos que constituyen la vida de un sujeto o una comunidad” (Moreno y
Díaz, 2015, p. 196).
·
“En las intervenciones revisadas se hace
evidente una tendencia hacia perspectivas que abogan por promover las capacidades
de los sujetos y potenciar sus recursos para enfrentar las situaciones. Estas
perspectivas se posicionan como una respuesta frente al análisis de
experiencias centradas en posturas asistencialistas que perpetúan a las
personas en el lugar de víctimas” (Moreno y Díaz, 2015, p. 197).
·
“Bello (2006a), por ejemplo, propone que
la intervención psicosocial incluya elementos que contribuyan a la
reconstrucción de la identidad, propiciar la autonomía que permita
potencializar sus capacidades de agencia tanto individual como colectiva;
favorecer la satisfacción de las necesidades básicas que garanticen su
subsistencia, es decir, acciones de protección del Estado; y el despliegue de
recursos propios, la activación de redes sociales e institucionales, nuevos
lazos y vínculos” (Moreno y Díaz, 2015, p. 201).
·
“Así las cosas, resaltar la riqueza de los
recursos comunitarios ubica a los sujetos posición de agentes y sirve además
para reconocer valiosas prácticas para enfrentar el dolor, que deben ser
atendidas como guía a seguir con las comunidades (Tovar, 2013). En este
sentido, vale la pena reconocer valiosas experiencias comunitarias adelantadas
en las que, con sus propios recursos, los sujetos se organizan para hacer
frente al dolor” (Moreno y Díaz, 2015, p. 202).
·
“Pensar el ámbito de la atención
psicosocial a víctimas implica considerar que el reconocimiento de un sujeto
bajo el estatuto de víctima del conflicto armado es justificable desde
la perspectiva de los derechos humanos y la defensa de la dignidad de las
personas sometidas a las acciones violentas” (Moreno y Díaz, 2015, p.204).
·
“La contradicción existente en la
categoría víctima, pues sugiere desvalimiento y pasividad, mientras que algunas
experiencias de trabajo con personas afectadas por hechos de violencia dan
cuenta de la posibilidad de agencia, capacidad de resolución y afrontamiento
ante las adversidades. No obstante, como plantea Jaramillo (2006), el rótulo de
víctima es el que favorece el reconocimiento por parte del Estado y con ello la
posibilidad de recibir la asistencia que éste debe brindar de acuerdo con la
ley” (Moreno y Díaz, 2015, p. 205).
·
“Hay un marcado énfasis en una apuesta por
el reconocimiento y la dignificación, como también por el empoderamiento de los
sujetos afectados por los hechos de victimización. Ello supone una noción de
sujeto capaz de construir, a partir de sus propios recursos, las formas de
hacer frente a las dificultades que ha tenido que enfrentar como consecuencia
de la violencia” (Moreno y Díaz, 2015, p. 207).
Análisis:
Para pensar la formación social de lo
humano desde las víctimas del conflicto armado colombiano, se propone trabajar
los hallazgos encontrados por Franco (2016) en relación con las fronteras
simbólicas trabajadas desde la guerra desde una perspectiva de las víctimas y
los hallazgos de Moreno y Díaz (2015) donde se pueden identificar procesos
psicosociales en las víctimas del conflicto armado. Se busca durante esta parte
del documento crear una discusión en torno a estos hallazgos en relación con la
teoría de las relaciones de poder desde Foucault (1991) y la comprensión del
otro desde Lévinas a partir de Aguirre y Jaramillo (2006).
Para comenzar a entender el conflicto
como construcción del ser humano de las víctimas, debemos dar una primera mirada
a la situación actual de Colombia, más de siete millones de personas han sido
víctimas del conflicto colombiano, estos se pueden resumir en
abandono o despojo forzado de tierras, actos terroristas, atentados,
combates, hostigamientos, delitos contra la libertad y la integridad sexual,
desaparición forzada, desplazamiento, homicidio, secuestro, tortura,
vinculación de niños, niñas y adolescentes al conflicto y daños por minas
antipersonal, munición sin explotar y artefactos explosivos improvisados (Franco, 2016, p.
37).
Como se puede apreciar, no son simples
actos aversivos, son conductas que se han convertido en prácticas culturales
por parte de los grupos armados para ejercer un control primario y fundamental
sobre la conducta. Se hace eco de técnicas de control social e individual, se
usa el aversivo más fuerte, la muerte, y con esta, se convierte al resto de los
individuos en sujetos sometidos al control de los otros, y es que tal como lo
dice Foucault (1991), todos ejercemos poder y todos lo padecemos, solo existen
diferentes niveles en los cuales se da el poder, y en las víctimas, el poder
ejercido se da en muy pocas ocasiones, como en San José de Apartadó.
Es por ello que mediante leyes y
legislaciones se intenta crear un tipo de contrapoder “verídico” que permitan
que las víctimas no se dejen comer completamente por un discurso y un padecimiento
del poder, por tanto se expiden leyes como la Ley de víctimas y restitución de
tierras, la cual busca, en resumidas cuentas, reparar a las víctimas del
conflicto, “reivindicando la dignidad humana y asumir la ciudadanía plena de
las víctimas” (Franco, 2016, p. 37). Pero nuevamente entramos en el plano
de lo discursivo, lugar imaginario en el que las víctimas ven la verdad como la
construcción social que legitima la estructura del poder, pues si bien han
“logrado” salir del programa aversivo al que han sido sometidos, este no se
queda ahí, y la reivindicación estatal comienza a ser su nuevo instaurador de
relaciones de dominancia Estado-víctimas.
La legitimación discursiva, al mayor
estilo de dominancia, legitima dicha verdad y derechos como la ilusión de que
nadie está por encima del Estado de derecho, el leviatán está donde siempre ha
tenido que estar, el hombre solo hace uso de sus recursos para solventar sus
beneficios, pero estos beneficios pasan de largo a las víctimas, las cuales
escuchan verbalizaciones de “enfoque diferencial”, en el que se busca crear un
vislumbrar de lo particular, de lo idiosincrático, un acercamiento
individualizado que busca que el individuo sienta justa y cómoda la dominancia.
El intento de dar solución a esta
problemática fue la búsqueda de entender las dinámicas del poder expresadas en
el contexto, dinámicas de poder político y cultural; por ello se buscó el
acercamiento integral de las víctimas y los funcionarios del Estado (Franco,
2016). Y es que, como ya habíamos logrado evidenciar en el trabajo de
Ortega (2014), la función de la verdad es completamente necesaria para el
proceso de resiliencia, que es el primer paso para la reconstrucción de las
víctimas.
La verdad es fundamental, pues permite la reunión de narraciones, lo
cual da paso a la construcción de memoria colectiva, permitiendo [...] el
cumplimiento de las garantías de no repetición, [...] contribuye a que la
memoria sea un elemento que da sentido a los procesos de verdad (Ortega, 2015, p.
24).
No obstante, el jugar con estas situaciones
hace parte del proceso de ejercer el poder, ni darlo todo ni no dar nada, se
entra en programas intermitentes en el que, tal como nos dice Foucault, el
individuo se convierte en sujeto se somete a sí mismo a lo que le dicen para
construir su propia identidad; es por ello que se juega, para controlar,
para influir y manipular la conducta individualizada. Verbigracia, podemos
encontrar que se
Evidenció que las experiencias de
sufrimiento de las víctimas estaban atravesadas por la acción de profesionales
y actores burocráticos que, en varios de los casos, parecían neutralizar las
prácticas de las personas, ya fuera en el marco de esperas interminables que
dejaban en la incertidumbre “las indemnizaciones” o “el registro en el
sistema”, de desencuentros semánticos entre víctimas y profesionales que
imposibilitaban la realización de un trámite para acceder a unos derechos, o de
la implementación de intervenciones que no se correspondían con las necesidades
vividas localmente y que, por el contrario, acarreaban efectos adversos (Franco, 2016, pp.
38-39).
Tal como hemos definido anteriormente,
esta ejecución del poder se base en el uso del discurso y el lenguaje, tal como
Lévinas (citado por Aguirre y Jaramillo, 2006) nos planteará con una aplicativa
de acercamiento, pero este sencillamente no se puede dar en la gran mayoría de
los casos, pues no se quiere un “entender” sino una práctica de dominancia, y
cuando no podemos ponernos en los zapatos de los demás no podremos nunca estar
en la misma semántica. Así como nos lo expresa la antropóloga Alcida Rita
Ramos, parafraseando a Emiko Ohnuki-Tierney, “los desencuentros semánticos son
un aspecto de las relaciones intensamente desiguales del campo interétnico que
le dan forma a la comunicación imperfecta” (Franco, 2016, p. 42). Es este uso
del lenguaje, como lo plantea Wittgenstein (Bosso,
n.e), en el que se dan juegos de lenguaje que serán la herramienta
predominante en las ejecuciones de control expresadas por Foucault (1991).
Este desencuentro choca contra la
búsqueda ideal para las víctimas, su reconstrucción, su nueva construcción, el
superar, el salirse de la zona de control y dominancia a la cual se ha visto
ligada durante mucho tiempo, en el que se empieza a vislumbrar sentimientos de
NO MÁS, pero los que han de ayudar se dejan llevar por sus propias prácticas de
poder al cual han sido sometidos, y como contracontrol[1] chocan contra sus
subordinados, en una pirámide de control y necesidad de poder, por ello no se
pierde solamente la concepción del ser humano de las víctimas, sino que se
pierde también la de quienes intentan ayudar; esto se representa en “dos
fracturas (…). La primera se vincula con
la ausencia de “diálogo” entre las medidas estatales y “las necesidades reales
de las personas”; y la segunda, con la carencia de un “objetivo común” y de
coordinación entre las entidades del Estado” (Franco, 2016, p. 44).
La concepción de poder desde Foucault
(1991) y la legitimación del discurso que se sustenta desde Wittgenstein (Bosso, n.e) y Hayes (O'Donohue
& Kitchener, 1999) hace que evidenciemos una construcción
de frontera en la consecución y planeamiento del ejercicio de la dominancia,
por tanto el poder y su ejecución está construida en las bases de la diferencia
de estas capacidades de ejecutar el accionar de control e influencia, y tal
como se expresa en el ámbito de las víctimas en Colombia, “esto ocurre no solo
porque se da por sentada una identidad compartida, sino porque se asume la
legitimidad de unas formas de existencia sobre otras” (Franco, 2016, pp. 46-47).
Ahora bien, para comprender el papel de las víctimas
dentro del conflicto armado y además generar una discusión acerca de su
reivindicación, es necesario comprender las nociones del otro y cómo esté otro
nos constituye y nos construye, ese otro que Lévinas (citado por Aguirre y
Jaramillo, 2006) permitirá entender como infinitud, como absoluto, como parte
de nosotros. Moreno y Díaz (2015) mencionan en su texto que las acciones
dirigidas a las víctimas necesitan de la reivindicación de la dignidad que se
les destruyó en las acciones violentas y dentro de ese proceso varias personas,
comunidades y entidades pueden colaborar. Es este escenario de múltiples ayudas
y esfuerzos donde el país es capaz de actuar como unidad y darle una
oportunidad a la víctima de recuperarse de la tragedia de la guerra, por medio
del reconocimiento del otro, permite un proceso de cumplimiento de derechos
para la recuperación de los sujetos afectados por el conflicto; en dicho
proceso, entonces, se identifica: el otro como ayudante y el otro víctima que
necesita de nuestros esfuerzos y comprensión.
También, es necesario tener en cuenta
que esta convergencia de ayuda de diferentes actores debe darse en un
reconocimiento a la víctima como legitimo otro que necesita testificarse por
medio de la experiencia, es decir cara a cara, al fin de dar lugar a un
encuentro de relación yo – otro (Aguirre y Jaramillo,
2006, P. 11). Esto permitirá que se dé
una mirada no de lastima sino de compasión y colaboración sobre la víctima;
además de comprendérsele como ser humano que siente, piensa y vive en relación
y desde de allí iniciar el proceso de reparación. De esta manera, el resultado
esperado será la evitación de narrativas que refuercen la victimización y la
búsqueda del reconocimiento de la víctima sobre sus propias habilidades y
recursos que le permitirán resignificarse y volver a tomar el control de su
vida (Moreno y Díaz, 2015).
Para
poder cumplir lo anteriormente dicho, Moreno y Díaz (2015) han reconocido unas
estrategias colectivas de trabajo donde la constitución de grupos permite un
fortalecimiento de recursos de afrontamiento a la víctima desde una perspectiva
relacional. Así por medio de la otredad, la víctima se resignifica, se
reconstruye y emprende nuevos caminos de socialización dentro de su historia de
vida. Es así como se puede reconocer en la otredad un recurso valiosísimo para
la construcción de lo humano desde la mirada de las víctimas.
Dentro
de la comprensión del trabajo de Moreno y Díaz (2015) es necesario reconocer la
importancia y el valor que pueden tener las intervenciones psicosociales como
parte del proceso de dignificación de la víctima así como de su reconstitución
y resignificación. En este panorama, es posible identificar la importancia que
se da al otro como persona capaz de colaborar, no solo en la reconstrucción
dela víctima después del trauma que genera la violencia sino además en su
formación total como ser humano, a fin de no reducir la víctima a la parte de
su historia donde vivió la guerra sino por el contrario resaltar que su
historia, su vida y su construcción humana es mucho más amplia; pues dentro de
las consecuencias que la guerra deja en la víctima se debe separar el sujeto
del hecho traumático u objeto, así el hecho traumático no totalizara lo que es
el sujeto, sino que a pesar de que el objeto afecte al sujeto la esencia del
ser se mantiene (Aguirre y Jaramillo, 2006). En estos procesos psicosociales,
la tarea del psicólogo necesita de la conciencia de la importancia de conocer y
legitimar al otro que va a ayudar, de la importancia de comprender sus formas
de relación, de solución de problemas a fin de crear alternativas que
contribuyan a las necesidades que la víctima o la comunidad victimizada
requiere (Díaz, Arias y Lasso, 2010, Citado
por Moreno y Díaz, 2015, P. 201).
Cabe resaltar que una de las estrategias más
eficaces en esta resignificación de la víctima, es la memoria colectiva (que
también está involucrada con la alteridad y la colaboración del otro), dicha
memoria es uno de los trabajos más destacados dentro de la ayuda psicosocial,
esto además se hace evidente en el trabajo de Godoy (2014) antes mencionado,
donde una de las reparaciones más importantes tiene que ver con la verdad que
se crea a partir de las memorias colectivas.
Con todo lo anteriormente dicho, es evidente una
clara relación entre la alteridad que Lévinas (citado
por Aguirre y Jaramillo, 2006) trabaja y que permite comprender la
formación social de lo humano, frente a la reparación de las víctimas y la
comprensión de ellas, así como la participación de los demás en estos procesos. Pues el otro permite que la
víctima sea capaz de recuperarse, de transformar las relaciones de poder por
las que pudo quedar marcada a través de la violencia, de resignificar su
vida y los traumas que las acciones
violentas dejaron en su historia. Y es así como podemos comprender que “todas las personas pueden hacer algo frente
al sufrimiento de los otros” (Unidad para las víctimas, 2014b citado por Moreno
y Díaz, 2015, p. 11).
Referencias
Aguirre, J., & Jaramillo, L. (Julio-diciembre 2006). "El
Otro en Levinás: una salida a una encrucijada sujeto-objeto y su pertinencia
en las ciencias sociales". Revista Latinoamericana en Ciencias
Sociales y Juventud, 4(2), 1-17.
Bosso, C. (n.e), Desde Wittgenstein, una nueva
perspetiva para pensar lo humano. UNT-CEW.
Dussel,
E. (2013) vídeo: “Otra mirada sobre la historia universal”: Enrique Dussel,
Filosofía política en América Latina hoy. Universidad Andina Simón Bolívar,
sede Ecuador
Foucault, M. (1991). El sujeto y el
poder. En El sujeto y el poder (págs. pp.51-69). Bogotá: Carpe Diem
Ediciones.
Franco, A. (2016). "Fronteras
simbólicas entre expertos y víctimas de la guerra en Colombia". Rev.
Antropol. Arqueol., 35-53.
Geertz, C. (1989). "El impacto del concepto de
cultura en el concepto de hombre". En La
interpretación de las culturas, pp.43-59, Barcelona: Gedisa.
Godoy Ortega, Y. M. (2014), Desaparición forzada y reparación
una mirada a las reparaciones desde la perspectiva de las víctimas
organizadas, el caso Asfaddes [trabajo de grado], Pontificia Universidad
Javeriana, Carrera de Ciencia Política. PP. 147, Bogotá, Colombia.
O'Donohue, W. &
Kitchener, R. (1999). Handbook of
Behaviorism. Londres: Academic Press.
Skinner, B. F. (1974). About
behaviorism. New York: Knopf